Alberto Pérez, el Trovador Paisajista

Entrevista para Libro-disco de El País (2007)

Darío Manrique

—¿Cómo conociste a Krahe y a Sabina?

A Javier lo conocí a través de su hermano Jorge, en Sigüenza, donde veraneaban. A Joaquín, ya en la Mandrágora.

—¿Cómo conoces La Mandrágora y cuándo vas por primera vez?

Fui una noche a ver debutar a Javier, al que yo le había enseñado a tocar las canciones que habíamos hecho juntos. Joaquín, creo que también cantó. Me hicieron subir al escenario y esa misma noche quedó constituido el trío sin que nos diéramos mucha cuenta.

—¿Recuerdas cuánto cobrabais por concierto?

No recuerdo exactamente. ¿Unas 6.000 pesetas?

—¿Cuál era el mecanismo de trabajo entre vosotros tres? ¿Os ibais “regalando” canciones los unos a los otros? ¿Había ensayos o muchas improvisaciones?

Empezamos compartiéndolo todo: letras, músicas y puesta en escena. A partir de la primera gira, creo que ya contamos con músicos y empezamos a ensayar. Los gags iban surgiendo espontáneamente.

—¿Qué recuerdas del programa de Tola y de aquella polémica actuación de Krahe con el “gilipollas”? Tras salir en la tele pegáis el petardazo y os empiezan a llamar para actuar por todos los lados, ¿no?

Sí, era el día de las Fuerzas Armadas y Tola nos dedicó toda la parte musical de su programa, como si hubiera querido reventarlo. No sé si por entonces había un solo canal o ya dos, pero cuando salimos a la calle todo el mundo nos reconocía. Y creo que fue al poco tiempo cuando tomamos contacto con nuestro representante.

—Cuando CBS se os aproxima para grabar el disco, ¿qué actitud teníais ante la industria, había desconfianza? ¿Creíais posible vivir de la música?

Había ya una relación establecida con ellos, por el disco que me habían ofrecido grabar a mí cuando me vieron por primera vez en la Mandrágora, y que, para su desconcierto, derivé en Javier. Joaquín, creo que había grabado ya uno con su filial, EPIC, o estaba a punto de grabarlo, y con el que, por cierto, estaba muy descontento por unos arreglos bastante ratoneros que le habían colocado. Pero en el caso del disco del trío, se volcaron y nos dejaron hacer. Y en cuanto al hecho de vivir de la música, yo nunca había vivido de otra cosa.

—¿Qué recuerdas de la noche de la grabación del disco? ¿Había muchos nervios?

Aquella no fue una de nuestras mejores actuaciones, y no por los nervios, sino por la falta de ilusión, ya que las relaciones entre nosotros estaban ya bastante deterioradas y, de hecho, al poco tiempo el trío se deshizo.

—¿Habías grabado tú anteriormente algún disco?

Sí, ya había participado como músico y productor en otros proyectos, en su mayoría, desconocidos para el gran público. De todas maneras, grabar discos nunca me ha gustado mucho, a no ser que sean en directo y sin que uno se entere.

—Hay uno pirata, grabado por Joaquín Carbonell, Piratas en La Mandrágora, que hay quien piensa que es mejor que el disco oficial. ¿Qué opinas?

Que no es verdad, aunque sí incluye varias canciones que no llegaron a formar parte del disco oficial, por falta de espacio o de autorización, como “El bayón de San Mateo”, del que yo hice una versión escenificada, y “Man Gave Names to All the Animals”, de Bob Dylan, que tradujo Joaquín.

—¿Qué sucede para que la sociedad de los tres se rompa? ¿Cuál es la causa de esa ruptura y cuándo se produce?

Es bastante común que cualquier clase de sociedad se vaya deteriorando con el paso del tiempo, sobre todo cuando sus componentes no comparten un mismo objetivo. En nuestro caso, yo era el que más tiempo llevaba en el mundo de la música y el que, sin embargo, tenía menos ambición. Pero lo que en último caso me hizo tomar la decisión de irme, provocando la disolución del grupo, fue el descubrir que no éramos amigos.

—¿Qué importancia tuvo en aquellos años Chicho Sánchez Ferlosio? ¿Era una figura de referencia para los tres? Creo que años después tú trabajaste con él en uno de sus discos, ¿cómo fue aquello?

Chicho era, ya por aquella época y no sólo para nosotros, un auténtico mito, pues había escrito un puñado de canciones que, todavía hoy, nadie ha sido capaz de superar. Yo tuve el privilegio de tratarlo asiduamente durante 15 años, en los que compartimos diversos proyectos, entre ellos la composición, mano a mano, de una veintena de canciones de ritmos diferentes, que yo grabé. Cuando murió, le dediqué un espectáculo llamado “La Orquesta Volátil”, todo cantado a capella, en el que recreaba nuestras peripecias para componer ese repertorio, y que todavía represento en circuitos de teatro.

—En tu trayectoria posterior a La Mandrágora has hecho casi de musicólogo, investigando diversos ritmos y géneros. ¿Puedes explicar de dónde viene ese interés de investigación?

Siempre me interesó ese mundo, pero la oportunidad de experimentar con él surgió cuando me llamaron del programa de TVE “Si yo fuera presidente”, que Tola dirigió durante varios años y donde necesitaban un cantante ‘de guardia’ que fuera capaz de interpretar, prácticamente de un día para otro, cualquier canción, de cualquier época o estilo, relacionada con el tema del día. Yo afronté el reto y acabé cantando, a través del personaje que creé, cerca de un centenar de títulos casi olvidados en aquel momento, lo me obligó a introducirme en el mundo apasionante de los géneros, que luego continué al formar mi propia orquesta y, posteriormente, en la radio. Unos años después recuperé la guitarra e ideé una manera de tocar todos esos ritmos sin que perdieran su estructura interna y su carácter orquestal, que es la técnica que empleo actualmente en las actuaciones. Aunque últimamente, cada vez canto más a capella.

—Me gustaría que hicieras un comentario de cada canción del disco. Si alguna no te dice nada, no tienes porque comentar nada. No sé: recuerdos, anécdotas de cuando las cantabais o las compusisteis, de las letras, etc…

  1. Marieta. Con el cazú tomaba un aire muy poco brassensiano, casi ferial.
  2. Un Burdo Rumor. A Javier le salió una canción muy resultona, aunque creo recordar que el final no le convencía, y le dio muchas vueltas.
  3. Pongamos Que Hablo De Madrid. Recuerdo que se estrenó en un festival a beneficio de los afectados de la colza, donde actuamos. En aquel momento me sonó excesivamente dylaniana, y se lo dije a Joaquín.
  4. Pasándolo Bien. Tenía una letra muy amazacotada, que nunca conseguí aprenderme del todo, y Joaquín me decía que no era digno de un profesional como yo salir a cantarla con una chuleta.
  5. El Cromosoma. Creo que aquellos contrapuntos en dubidubi que me salierion hacían reír demasiado al público, y acababan desconcentrando a Javier.
  6. Un Santo Varón. Como en estos años no han dejado de pedírmela, he inventado una versión a capella que la ha transformado casi por completo.
  7. Mi Ovejita Lucera. Fue un intento mío de contrarrestar con algo castizo ese tufillo folky que amenazaba con inundarlo todo.
  8. Villatripas. Esta canción la hicimos Javier y yo sobre el año 75, y, aunque en un principio no esperábamos demasiado de ella, luego acabó dando bastante juego.
  9. La Tormenta. Todavía me la siguen pidiendo, y yo finjo no recordarla completamente, para que sea el público el que la cante.
  10. Adivina, Adivinaza. En aquella época de la transición, el público se enfervorizaba con ella. A mí, lo que más me gustaba era la cara que ponía Joaquín cuando decía lo de la teta disecada.
  11. Nos Ocupamos Del Mar. Esta canción se me ha atribuido a mí indebidamente, y no me canso de decir que lo único que yo hice fue darle forma. Todavía la recuerdo sin música, escrita en un papel doblado que me enseñó Jorge Krahe a sus 18 años.
  12. La Hoguera. Fue una de las primeras canciones que hizo Javier con música propia. Yo le decía que le estaba sacando mucho partido a los discos de Chaykovsky de su casa familiar. Cuando la arreglé para el disco “Valle de lágrimas”, sólo hice sonar una trompa
    sobre el acompañamiento.
  13. Círculos Viciosos. Es una canción memorable. De Chicho tenía que ser.