Alberto Pérez, el Trovador Paisajista

Pregón de carnaval – Guadalajara 2004

Muy buenas noches a todos:

Es un gran privilegio este que me concede vuestro ayuntamiento de dirigirme a vosotros en la primera noche de carnaval. La verdad es que Guadalajara siempre se ha mostrado conmigo generosa y hospitalaria, y además me ha traído suerte. La primera vez que vine fue a los siete años, vestido de niño cantor, con hábito blanco y cruz de madera, a actuar con la escolanía de mi colegio de Sigüenza. Durante la actuación, los guadalajareños nos aplaudieron con todas sus fuerzas, y luego la organización nos llevó a hacernos una foto de recuerdo -que aún conservo- a un estudio de la calle Mayor. Después, nos enseñaron el panteón de la condesa de la Vega del Pozo, punto por punto, y, por último, nos invitaron a bizcochos borrachos.

La segunda vez que vine fue a operarme del apéndice, cosa que se resolvió con rapidez y sin complicaciones. Las dos siguientes, a examinarme de reválida, que aprobé a la primera, y luego, a pasar la prueba del carné de conducir, que, esa sí, me costó dos intentos por mirar a una señorita que salía del colegio de las Anas. Luego ya, vinieron los sucesivos viajes que realicé, en misión de agitador cultural, para visitar a mis compañeros de “El Chamizo”, al otro lado de la Concordia. Después, han sido muchas las veces que he venido a cantar y encontrarme con vosotros, especialmente en la cita anual del Maratón de los Cuentos.

Me gustaría saber quién sois cada uno de vosotros, ya que esta noche vuestros disfraces y caretas me impiden reconoceros, aunque me imagino que la mayoría seréis guadalajareños de toda la vida, del centro histórico o de alguno de los ya numerosos barrios circundantes. Otros, sin embargo, habréis llegado desde alguna de las cuatro comarcas históricas de nuestra provincia: la Sierra, virgen y agreste; el Señorío de Molina, tierra de acusada personalidad donde las haya; la Alcarria, mítica y dulce; y, por último, la feraz y acogedora Campiña, al borde de la cual nos encontramos. Pero seguro que también sois muchos los que, venidos de otros lugares de España o incluso del mundo, habéis hecho de Guadalajara vuestro lugar de adopción, y esta noche os disponéis a vivir intensamente su carnaval.

Porque si hay una fiesta popular e integradora, en la que no importe el lugar de procedencia, el color de piel, la edad o la clase social de sus participantes, esa es el carnaval; una celebración que invita, como ninguna otra, al ejercicio de la tolerancia, cosa, en estos tiempos, más necesaria que nunca. Precisamente, el carnaval ha sufrido continuos intentos de censura a lo largo de su historia, llegando incluso a estar prohibido en España, como todos sabéis, en los reinados de Carlos V, Felipe II, Felipe V, en parte por Carlos III, luego por Carlos IV y, ya en nuestros días, por cierto gobernante de infausta memoria que lo tuvo secuestrado durante casi cuarenta años. Y es que a los malos gobernantes les inquieta la libertad de las gentes, y nosotros estamos aquí para ejercerla, para dar guerra.

Y no digo guerra de esas que algunos se empeñan últimamente en alentar, o secundar, con el propósito de hacer méritos políticos, mantener industrias vergonzantes como la del armamento o simplemente para apropiarse de lo ajeno. Esos a los que luego les pides cuentas de sus actos, porque estás en tu derecho, y no saben, o no contestan. Guerras como esas han estado a punto de borrar del mapa a Guadalajara en varias ocasiones, y todavía es un milagro que edificios tan hermosos como el palacio del Infantado, el palacio de D. Antonio de Mendoza, iglesias como la de Santiago, Santa María, la capilla de Luis de Lucena y muchos otros estén en pie, al menos en parte. Por no hablar del perjuicio a las personas, que ese es aún peor.

Nuestra guerra es por el placer y el regocijo, para liberarnos de prejuicios, desdoblar nuestra personalidad y dar rienda suelta a la pasión, como exige una fiesta de origen pagano y remoto como ésta; pero también para ejercer la crítica social, si es necesario. En resumidas cuentas, para vivir por completo nuestra libertad, con el único límite, naturalmente, del respeto ajeno.

Y como no puedo contener por más tiempo el deseo de unirme a vosotros y disfrutar, doy por terminado mi pregón.

Muchas gracias a todos por vuestra presencia. ¡Viva Guadalajara! ¡Feliz carnaval!

Alberto Pérez